Dos artistas. Cada uno presenta dos muestras al mismo tiempo. En la misma ciudad, que es New York
por Juan Batalla
 
     
 

Sanford Biggers nació en 1970 en el míticamente heavy South Central LA. Ahora vive en New York, antes lo hizo en Chicago, Italia y Japón. Su trabajo está asociado al instalacionismo y utiliza objetos de alta carga simbólica para explorar conceptos ligados a la vivencia afroatlántica.
“Sweet Funk”, el show de Sanford en el Museo de Brooklyn, se estructura alrededor de una pieza emblemática que el Museo adquirió para su colección: “Blossom”. El orden se extiende a la disposición de otras instalaciones de "Sweet Funk", ya que “Blossom”, de presencia circular, está localizada en el contexto de un espacio cuadrado que abarca toda la exhibición. La disposición geométrica parece coincidir con las ideas por las que Sanford se interesó durante los años que pasó en Japón.
“Blossom” es un piano partido por un árbol, que le brota desde dentro. ¿Estaba primero el piano? ¿O le creció al árbol? Las asociaciones con las experiencias de Fluxus son claras. Las teclas del instrumento se hunden siguiendo un plan. Suenan. Es una grabación. Se trata de una versión rara, con arreglos del artista, de “Strange Fruit”, aquella canción cuya versión más conocida es la que realizó Billie Holiday en 1930. “Los árboles del sur ofrecen extraños frutos / Sangre en las hojas y sangre en la raíz / Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña / Extraños frutos…”.
Entonces recordamos los ahorcamientos de afroamericanos en el sur de EEUU. Y la presencia del árbol súbitamente revela otra razón de ser.
Sin embargo, el árbol es también símbolo de Iluminación contemplado a la luz del budismo, y las lecturas se superponen y multiplican la experiencia.
Siendo piezas relativamente abiertas, hay ideas y símbolos claves ligados sobre todo a la historia de los afroamericanos, así como también al budismo, cuya comprensión permite una captación más profunda de lo propuesto en “Sweet Funk”.
Otra obra, “Passage”, se trata de una proyección de luz sobre la silueta de una cabeza apoyada en el suelo. Es Martin Luther King con una cresta mohawk. Al recortarse sobre la pared, Luther King cede paso a la silueta del presidente Obama. Difícil encontrar una metáfora más acabada para resumir 50 años de cultura afroamericana y sus transformaciones que, en definitiva, representan las de toda una sociedad, más allá de la etnicidad específica.
Otra de nuestras favoritas es una placa de vidrio grabado que muestra la figura de un gran loto, otro símbolo budista de Iluminación. Pero al acercarnos, vemos que los pétalos de la flor contienen un esquema de la disposición de los esclavos en los barcos dedicados a la trata.
El segundo show de este artista ocurre en el Sculpture Center, en Queens. El edificio contiene una gran instalación que comienza en el patio extenso, con un árbol como el de “Blossom” emergiendo de un mar de piedras. Los ecos metafísicos son muy profundos, y allí mismo estuvimos sentados para realizar nuestra entrevista con Sanford unas horas más tarde.
“Cosmic Voodoo Circus”, que es el título de esta muestra, se arma a través de varios módulos o situaciones que interactúan: un video de corte épico y fantástico es el que básicamente estructura el resto de lo que allí vemos; pero también hay una escultura de inspiración yoruba y proporciones extralarge; un doble columpio de movimiento controlado que aprovecha el vasto espacio vertical de la fábrica transformada en espacio de exhibición; algunas estrellas de vidrio resquebrajadas aquí y allá sobre el suelo; y también una escultura que representa la sonrisa de Cheshire, el gato de Alicia de Lewis Carroll. Esta sonrisa aparece en varias obras de Sanford y juega con la idea del árbol en el que Cheshire se dejaba ver, así también como con los estereotipos referidos a la alegría del “buen negro”, patentados en el mismo tiempo oprobioso al que refieren “Blossom” y otras obras del artista.
El video, que es la segunda parte de tres cuya primera se exhibe en el Museo de Brooklyn y la tercera está aún por hacerse, muestra a un Sanford que carga las tintas sobre varias asociaciones simbólicas e improvisa al narrar y estructurar una historia. La suya es una práctica cuya mayor riqueza radica en el proceso. Y así es como en la filmación se incorporan elementos provenientes de la travesía que realizaron él mismo y un amigo que protagoniza el video, quien de algún modo se torna una suerte de alter ego suyo. El viaje los lleva a Bahía, Brasil, y registra una transformación que va desde la materia sufriente hasta la magia, la androginia y cierta liberación.
La instalación incluye un desarrollo secuencial, ya que el columpio inicia y detiene su vaivén en consonancia con determinado momento del video, la escultura se ilumina en tal otra situación, y así las narrativas se complican y a la vez trazan una circularidad deseada.

Las muestras de Nick Cave (1959) ocurren en dos galerías de Chelsea. El sábado en que las visitamos estaban repletas de gente. Tras las inauguraciones exitosas y ambos shows vendidos casi en su totalidad a precios cercanos a U$ 80.000 por las obras más modestas, Nick volvió a la escena del crimen después de reponerse de tanta intensidad en su estudio de Chicago; el cansancio pronto dio paso a las ganas de volver a estar ahí, vibrando junto a sus criaturas.
“Ever-After” en Jack Shainman abarca los diferentes espacios de la galería con piezas que muestran un giro en su imagen. Los Soundsuits restallantes de color se volvieron aquí casi monocromos, si eso es posible en el mundo de Nick.
Tras entrar, debemos recorrer una fila de conejos peludos a escala humana, llamémoslos unos yetis – bugsbunny. Completamente albinos, se alinean de frente a nosotros y de espalda a una pared. Hay algo conmovedor en ellos. Casi inmateriales, poseen una carga sensual notable.
Luego topamos con presencias de tren inferior bípedo, torsos unidos mediante textiles realizados con botones cosidos unos junto a otros a modo de lentejuelas y suerte de cabezas de inspiración surrealista y francamente escultóricas. Apelaciones a formas cóncavas y convexas, peludas, fantásticas. La forma en punto de delirio, Max Ernst.
Hay tres grupos de instalaciones conformadas por estos seres. Las obras, respecto a anteriores de Nick, aquí abandonan la individuación y asumen un devenir claramente colectivo. Que es parte de la propuesta de Nick Cave siempre. Los Soundsuits son trajes y esculturas, obras que se sitúan entre la performance y lo objetual, zanjando la distancia natural entre ambas vías artísticas. El artista formado en danza junto a Alvin Ailey, a la par que en las artes visuales, realiza sus obras para ser performadas por él mismo y por otros, en videos y situaciones públicas. En esa instancia se completan, tienen su devenir otro. En vestuarios sonoros, verdaderas herramientas de transformación en las que son reconocibles su inspiración en las performances populares africanas, en el Mardi Grass de New Orleans y hasta en las producciones de Disney y el anime.
Vemos a los Soundsuits en acción en un video proyectado en otra sala más de la galería, que al modo de tantas en Chelsea es un emblemático cubo blanco conformado por varios submódulos de distintas formas que pueden acoplarse en el contexto de la misma muestra, como aquí, o funcionar diferenciados.
Nick es de esos artistas que se saben tales desde siempre. Y un dador de sentido a un conglomerado estético visiblemente queer y afroamericano que, reelaborado por él, adquiere connotaciones sugestivas y únicas. Es un hombre con un mundo que compartir y que, sin salirse por una tangente respecto a las preguntas que acompañan el tramo presente de la evolución del arte contemporáneo, realiza su operación habilitando el surgimiento de un legítimo asombro, del modo más inclusivo para los que contemplan su arte.
En la sede de Chelsea de la Mary Boone Gallery nos encontramos con un verdadero ejército de Soundsuits instalado sobre una plataforma oval. Sugerido está, pese a su estatismo, un baile entre estos seres de morfología improbable. Acá la exhibición, “For Now”, torna más ecléctica, con obras de color rutilante y una variedad increíble de materiales incorporados. Es la apoteosis de aquello que el arte puede ofrecer en términos de acceso a mundos paralelos, de canal que conecta con una vitalidad acrecentada.
Más atrás, un tondo enorme cubierto de lentejuelas, colgado en la pared bastante más arriba que la instalación, parece un planeta al que reportarían las criaturas de Nick Cave. Brilla trazando mapas de constelaciones.

Hay un link afro – cósmico que tanto a Nick Cave como a Sanford Biggers les interesa explorar. Presente también en James Brown, en Tim Maia o Carlinhos Brown, es un aspecto fantástico de la cultura negra que se reconoce linkeada tanto a la primera instancia del surgimiento humano, como a su proyección más allá del mundo que conocemos, rumbo a otras galaxias. El arte manifiesta esta idea lúdica de trascendencia. Respecto al espacio exterior y también hacia Manhattan, Brooklyn, Queens, donde se presentan en coincidencia las cuatro muestras.







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  SUMARIO  
Año 2 - Numero 15
Tapa
Editorial + Staff
Casado con el arte
Entrevista a Nick Cave
por Juan Batalla
     
Entrega de Premios Concurso de textos Sauna
     
Producción gráfica
por Ezequiel Black
     
En el precipicio
Entrevista a Sanford Biggers
por Juan Batalla
     
Teorías instantáneas
Reveladas en BA Photo
por Guido Ignatti
     
Curvas azules en bandeja de lata
sobre Gabriel Baggio en Fundación Klemm
por Mariano Soto
     
Hay otros mundos pero no están en este
sobre Sopor de Rosa Chancho en Mite
por M.S.Dansey
     
Vitalidad acrecentada
sobre las muestras de N. Cave y S. Biggers en NY
por Juan Batalla
     
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¿Porqué otros mercados funcionan y el del arte no?
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