Entrevista a Ana Torrejón
por Dany Barreto
 
     
 

Periodista, docente, directora editorial durante 14 años de la revista Elle, desde hace uno dirige la revista Harper´s Bazar. Y como si todo esto fuera poco, durante 12 años comandó junto a Horacio Dabbah una de las galerías con más personalidad de Buenos Aires, Dabbah Torrejón, que acaba de cerrar sus puertas dejando un mensaje en su web: “Todo cambia, todo sigue…”


¿Cómo fue cerrar la galería después de 12 años?

Se me ocurren muchas cosas. La primera es reproducirte un diálogo que tengo últimamente con muchas personas con las que me encuentro; me miran consternadas y me dicen: "¿cómo estás? ¿cómo te sentís?". Y yo respondo: "muy feliz". Existe una cultura de pensar que las cosas terminan inexorablemente y que lo hacen debido a sucesos negativos. En lo particular creo en los ciclos, no en mirar al pasado; vivo con responsabilidad el presente, es de lo único que dispongo.
Y me parece que cuando hubo historias, proyectos, emprendimientos, que tienen muy claro porqué surgieron, entonces se hace más sencillo pensar en ese devenir. Estoy feliz por muchas cosas. Primero, porque tuve el sueño de vincularme activamente en la gestión con el arte y lo pude concretar. Segundo, porque mi sueño no era uno egocéntrico, y eso significa que nunca me vi en ese camino encabezando y siendo propietaria de un negocio, por lo que logré hacer una alianza primaria con Horacio Dabbah; él me demostró a lo largo de estos años que yo tenía un aliado más, algo importantísimo, una suerte de hermano-amigo que me regaló la vida, con quien tuve el placer de hablar muchas veces por día, de compartir larguísimas horas laborales, de asumir un montón de diferencias que tenemos, pero de gerenciar con un sentido de consenso. Luego, porque el deseo era socializar un espacio y yo creo que lo logramos, fue uno compartido, donde se establecieron vínculos que fueron razonables o al menos muy honestos, el público pudo ser incluido y bien recibido. Vivimos con alegría la vida de nuestros colaboradores, que eran estudiantes que terminaron sus carreras.
Fueron años de trabajo absolutamente serio y concentrado pero muy grato, porque todos fuimos creciendo. Y lo hicimos con verdad y con diferencias.

¿Y porqué ahora este final?

Así como tuvimos esos objetivos, vos me preguntás por el final y es muy curioso, porque cuando sos socio y amigo se da como la relación que se da en las parejas o, a mí me gustan mucho los animales y mis animales son como clarividentes, o sea uno empieza a asimilarse. Con Dabbah nos reuníamos horas y horas, y un día le digo, “mirá Horacio, vos sos mi hermano y lo que menos quiero es complicarte pero a mí me está pasando algo”, y descubrimos que a los dos nos pasaba lo mismo.
El tema fue que interiormente yo sentía que no podía vender más arte.
No te puedo decir que tuve una experiencia particular por la cual me pasaba esto. Sino al contrario, el mercado ha tenido una posición muy generosa con nosotros.
Pero vender significa ser actor en un juego donde uno pone el intelecto, la estrategia y también pone el cuerpo. Espiritualmente sentía que mi cuerpo físico, mi intelecto y creatividad, no los quería tener más en este lugar tan personalizado que es el de la transacción.
Quizás lo que me está pasando es que la situación del artista es una de extrema vulnerabilidad, entonces es imposible no estar permanentemente consustanciado, tener frialdad. A mí me gustan las obras, me gusta el proceso, entiendo la obra y la admiro aunque me ponga en una situación incómoda, la obra en mi vida no es un espacio de poder.

Explicame un poco más lo de la venta. ¿Qué era lo que te molestaba?

La comercialización de las obras de arte es muy particular y no es objetable, pero hay relaciones que se establecen; de poder, otras de status, hay relaciones de inequidad entre el poder que esgrime el que compra sobre el presunto poder económico que puede tener el que representa, o el que vende o el artista. Son relaciones que están cargadas de significados, donde cada venta es diferente. Cada vez que armé un stand o colgué algo para mí, eso era lo mejor que podía estar mostrando. Nunca trabajé acervo propio de la galería ni un mercado secundario al que exhibimos. Por doce años vendimos solamente a los artistas que exhibíamos y nos manejamos en un rango de inminente contemporaneidad, no entré ni en un mercado de reventa ni de subasta. Los artistas tampoco emigraron, estaban contentos con lo que era el sistema de la galería o se encontraban contenidos; solo cobramos nuestra comisión, nunca el espacio de exhibición, nuestra galería nunca se rentó con fines comerciales, siempre fue un ámbito de exposición, nunca le cobramos al artista ni la muestra ni el catálogo, no nos quedamos con obra a cambio, sí compramos obras. A mí me parece que eso era lo justo.
Yo ni me lo planteé, no lo puedo hacer de otra forma. Por ejemplo, no puedo vender obra de artistas que no exhibo ni estoy involucrada en el desarrollo de esa muestra.
Por supuesto somos adultos y a Horacio y a mí el proceso de cierre de la galería nos llevo muchísimas emociones y buscamos, primero, no angustiar a los artistas, después generar el mejor contexto que podíamos para que ellos tengan las mejores posibilidades. Bueno, se pudo hacer, los artistas tienen galería, nuestros colegas fueron muy gratos con nosotros. Pudimos hacer un cierre prolijo y eso es lo que nos da mucha energía para decir “todo sigue”. Porque yo no voy a poder vivir sin arte.

¿Cómo fueron los inicios? ¿Cómo surgió la galería?

Con Horacio trabajamos un año antes de armar la galería, pensando qué era lo que los dos queríamos. Porque yo no soy galerista ni sabía como era serlo, y Dabbah tampoco. Cada uno tenía una historia particular intransferible en todo lo que tiene que ver con el arte. Y un contexto que era bastante similar, compartíamos profundos amigos de toda la vida a los que ayudábamos, entre comillas, porque a un amigo no se le ayuda, con un amigo se comparte. Entonces estos amigos artistas nos decían porqué no hacen algo. A mí me empezaron a sugerir “hacer algo” mucho antes de conocerlo a Dabbah.

¿Pórque te pedían eso?

Hace mucho tiempo yo iba al Café Einstein, los jueves hacían una performances los Loxon, donde estaban Guillermo Conte, Rafa Bueno, Majo Okner, también iba Guillermo Kuitca. Y entonces ellos siempre me decían “porqué no tenés tu garage y sos nuestra Anita Torrejón, y no Annina Nosei “ (galerista de New York).
Tuve bastante educación en el arte de parte de mi familia. El registro a través de lo visual es la manera que yo entiendo al mundo. Entonces mis elecciones las manifestaba como podía, por ejemplo canjeaba dibujos de amigos artistas por ropa que les conseguía. Hacía vestuario y me vestía de una manera bastante particular. Tenía mi estilo pero era muy responsable, articulada, estudiaba, trabajaba, tenía capacidad organizativa y, aparentemente, capacidad comunicativa acerca de lo que los demás hacían. Te estoy hablando de 1981, desde entonces me preguntaban porqué yo no tenía un lugar.

¿Ahí lo conociste a Dabbah?

No, unos años después. Hubo dos personas que nos acercaron a Horacio y a mí, el querido Sergio Avello y Guillermo Kuitca, ambos hablaban bien del uno y del otro, donde fuese.
Enseguida sentí una familiaridad muy profunda con Horacio. Había corrido agua bajo el puente, nosotros éramos testigos de una movida cultural y pensamos que podíamos hacer un aporte. Los dos proveníamos de familias de inmigrantes y tenemos muy fuerte esta cuestión de poder retribuir en algún aspecto lo que el país le dio a nuestras familias, que es muchísimo.

¿Qué fue lo primero que hicieron juntos?

En 1998 ya empezamos a cerrar un acuerdo para armar este espacio. No empezamos como galería, lo hicimos interviniendo en ciertos espacios públicos, organizando las muestras de artistas, de hecho la primer muestra fue la de Manuel Esnoz en la Alianza Francesa.
Hicimos eso un tiempo; breve, porque enseguida nos dimos cuenta de otras cosas que hacían falta: un espacio que convalidase, que los artistas tuvieran recursos económicos. Pensamos en una estructura de fundación, pero no servía porque quedaba invalidada la venta; somos pragmáticos, los dos trabajábamos, había que vender para que los artistas pudieran dedicarse a sus obras, aunque sea parcialmente, pero que haya una operación comercial que los sostenga porque es mucho lo que dan.

Entonces surge el primer espacio de Dabbah Torrejón en la calle Sánchez de Bustamante.

La manera de hacerlo posible fue vendiendo mi departamento, que estaba divino, yo estaba cómodamente instalada. Invertí mis ahorros y me compré una casa elefante blanco. Todo esto fue en el 2000, en el 2001 vino ese tembladeral, la galería estaba montada, no tenía un peso y pagaba un crédito. Este espacio de Sánchez de Bustamante era mi casa, lo pensé bajo este guión, de que “nunca tuve mentalidad burguesa ni la tendré, entonces me voy a despegar de estas comodidades y voy a generar un espacio”.
Mi historia familiar es tan épica que en realidad cualquier cosa que yo haga me parece poco. Mi familia era inmigrante, venía de lugares lejanísimos y andaba a caballo por la Patagonia. Por suerte siempre me acompañaron en todo.
Así surgió el primer espacio de Dabbah Torrejón, el 14 de septiembre del año 2000 inauguramos con una muestra de Fabían Burgos. Adelante era galería, atrás vivíamos Dino (Bruzzone) y yo, y arriba estaba el taller de Dino.

Tenés fama de muy buena anfitriona.

La galería me permitió una de las cosas que más me gusta, que es esa de ser anfitriona. Es algo que viene de mi familia vasca, mis abuelos fueron los dueños del primer hotel y el primer cine de Puerto Madryn.
Me di cuenta que desde el primero hasta el último día en la galería me gustó mucho recibir, y lo mismo fue la experiencia en las ferias. Era hermoso poder atender al nuevo público y ponerte a disposición de las preguntas más curiosas, de las miradas frescas, de contar historias.

En 2007 se mudan al barrio de Palermo.

Nos mudamos a la calle El Salvador, simplemente porque yo tengo un hijo y me pareció que él tenía que tener una vida normal, nació en una galería y le gusta mucho. Pero cuando empezó a ir a la escuela, me parecía un tanto complicado cuando venía con amigos que antes tuvieran que pasar por una galería. Y ahí nos mudamos y fue un crecimiento para Horacio y para mí.

¿Cómo elegían a los artistas con los que trabajaban?

Con Horacio teníamos una cuestión muy clara, nunca aceptamos trabajar con un artista que no nos convenciera ciento por ciento a los dos. Hemos tenido discusiones sobre arte con el cuchillo entre los dientes, feroces.

¿Decidían y discutían sobre el arte que querían mostrar, no las personas?

Así como yo creo que tiene que haber un estado fuerte y providente, creo en toda una gama de política sociales, para mí la vida personal es vida personal. Con los que trabajé, amigos eran dos o tres; a otros los amé porque los conocí, compartí una vida social mínima, fue mínima porque yo soy muy solitaria. Siempre avalé el arte, la obra siempre tiene que estar por sobre todo. Es más, a la obra le permito todo. Esto quiere decir que si un proceso de obra intermedio amerita hacer una muestra, la hago aunque no vaya a vender nada. Pero porque alguien te caiga simpático o porque vas a comer, no. De hecho, de los dos trabajos que tengo es mínima la gente que forma parte de mi vida privada. Con Dabbah yo no salgo, es como mi hermano pero no salgo. Con Avello, Ave vivió en casa en dos oportunidades. Tuve con él una relación increíble, súper poética. Cuando leí la historia de Patti Smith con Mapplethorpe, salvando las diferencias, me sentí muy consustanciada. Fue el amigo más caballero que tuve, uno que no me confío las cuestiones inherentes a su vida más privada pero con quien sí compartí lo más privado, que tiene que ver con su arte. Viví durante mucho tiempo con un artista que trabajaba en la galería y nunca tuve la menor dificultad, y puedo ser feroz con su obra.

Leí una entrevista que te hicieron y decías que a vos te gustaba elegir los compradores de las obras que vendías. Y me llamó la atención porque creía que esto no era posible en nuestro mercado de arte.

A lo largo de estos doce años pudimos desarrollar una base de datos de compradores que después se transformaron en coleccionistas, porque no es lo mismo y las dos actividades son muy buenas. Hay personas que quieren comprar dos o tres obras para su casa y eso no se va a transformar en ninguna obsesión. Me parece maravilloso porque van a convivir con obras de arte, uno puede facilitar todos esos diálogos. Dentro de los coleccionistas hay diversos rangos, desde el poder económico hasta estrategias que se tejen en torno a las colecciones; las estrategias son ideológicas.
Siempre lo que nos pasó es lo de tener el feeling, de seguir la mirada de alguien, o es común que te digan "yo solo tengo mil dólares". Le contestaba “porqué decís solo tengo, primero vos decime qué te gusta, lo otro es mi problema. Yo no quiero mostrar una obra de acuerdo a tu presupuesto. Busquemos los colores y formas que te gustan, los temas que te gustan, y a partir de lo que te gusta vemos cómo esa obra puede ser tuya”.
En mi boca no hay críticas, yo nunca voy a decir qué es lo que se debe o no hacer. Sí sé a qué pertenezco, cómo construyo la realidad, cuál es mi sentido de equidad y de justicia. Yo vendo en la galería o en el stand de una feria, no en privado, nunca me permití tener una vida social que fuese una que me facilitase tener ventas en la galería, porque eso me resulta deprimente.

¿Pensás que el estado debería ayudar a una galería?

Un país se merece una cultura con identidad, porque un país es su cultura. Soy partidaria de la educación pública a rajatabla, de las universidades públicas. Obviamente hay que rever y dar la financiación y el presupuesto a lo que es museos y centros culturales. Realmente me parece que hay cuadros que no deberían ser políticos, deberían ser técnicos, porque si no se va fragmentando la gestión. Creo que no se puede pensar en el destino de las galerías si no hay instituciones, museos y becas que sean sólidos. Los museos nacionales deberían tener presupuesto como para hacer planes de adquisición. ¿Cuánto tiempo hace que no hay becas nacionales? Y por supuesto que no creo en esa mirada que para organizar becas y planes de estudios haya que traer a todo tipo de extranjeros que te digan que acá el agua es caliente. Porque acá tenemos desde investigadores a docentes que son soberbios. Creo en esa construcción y, sobretodo, en un concepto federal.

¿Te ves participando en política?

A mi lo que más me interesa es la política, ha sido un interés constante en mi vida. No he tenido ningún tipo de cargo o participación, pero mis acciones son eminentemente políticas, mi opinión siempre es política.

Parece que este año cierran otras galerías también en Buenos Aires.

Me parece que se dio un fenómeno de muchas aperturas de galerías. Una galería es un emprendimiento comercial que hay que poder sostenerlo, que tiene un vector que es la venta y que hay que poder hacerse de esos recursos.
¿Porqué es bueno que existan las galerías? Porque se socializan los ámbitos de exhibición, una galería abierta a todo público es una gigantesca posibilidad de disfrute, porque se convalidan las obras en determinadas muestras, se construye teoría; porque sobre todo el artista tiene que estar preservado de su labor, y entonces si hay una buena relación con una galería se evita esa especie de tour voyeur, donde todos quieren ir al taller del artista. Hay un voyeurismo tremendo, y yo me sentía más desnuda que ellos. El artista no siempre te puede recibir porque hay momentos donde el artista está en proceso de obra, donde va a concentrarse al taller y la verdad que no se banca ni él mismo. La obra, hay momentos del proceso que no la puede ver cualquiera; con una palabra desatinada vos lo volvés atrás en un proceso en el que también está bueno que esté dando error.
Cuando el artista se ve obligado a vender, a mostrar, a exhibir, a ponerle un valor a la obra, hay artistas que lo hacen de una manera fenomenal. Hay hechos muy concretos, Kosice se maneja asi, Helmut Ditsch lo maneja con un éxito extraordinario. Pero a la mayoría de los artistas les resulta demoledor.

Alguna vez dijiste que las argentinas expresaban inseguridad con su forma de vestir. En el arte, ¿qué expresan los que compran?

No puedo ser tan taxativa. Cuando uno va a comprar arte tiene que hacer un profundo trabajo personal para identificarse con sus propios valores, sus propias obsesiones y ser consecuente. No se compra una obra que va a vivir con uno para ser parecido a otros. A veces notás que, hasta que se toma seguridad para hacer este ejercicio, se cae en parámetros muy convencionales. Entonces hay modas. Todos los años hay modas. Por supuesto comprar arte requiere de bucear en la propia identidad y de hacerse cargo de sus elecciones.
Yo intento desacralizar la manipulación de la obra y decir que esta obra que te compraste hoy, mañana puede no gustarte, podés descolgarla, prestarla.

Todo cambia, todo sigue…

Ahora estamos pensando en dos alternativas. Una es hacer un libro.
No me parece importante la historia de la galería, si me gustaría honrarles un homenaje a los artistas que fueron tan generosos y que compartieron estos años. Ellos sí, porque la obra es otra cosa; la galería fue un emprendimiento, una circunstancia, una bendita circunstancia que pudimos hacer en Argentina. Reivindico la Argentina, este país da muchísimas posibilidades, en New York o Madrid hubiese sido imposible. Tengo una galería a partir de mi propia cultura, de mi acervo, del lenguaje y de la enorme solidaridad que se desata entre un montón de personas. Yo la compré y la puse, pero hubo personas que me trajeron una flor o me dijeron te ayudo a colgar o no me fallaron a una inauguración, y la presencia de esas personas me hizo feliz.
La otra posibilidad es una suerte de mecenazgo, pequeño porque no tengo un gran capital, pero donde podamos favorecer a 5 o 6 personas del país para que se acerquen a Capital o algún centro donde quieran mejorar sus estudios o tener una clínica o lo que sea. En el registro de lo visual, que puede ir desde la indumentaria hasta la pintura.
Cuando digo del país es porque yo soy de Chubut, recorro mucho y la verdad que me resulta muy gratificante viajar por distintas provincias, tener intercambios.
Lo que sí hicimos y fue lindo, es que en nombre de la galería donamos un cuadro al Malba. De Manuel Esnoz, con quien empezamos. Es una obra importante que está en su libro, eso nos pone muy felices.

Tus momentos favoritos en Dabbah Torrejón.

Cuando abrí la galería de Bustamante. Era una casa hermosa, con un piso maravilloso, se veía un árbol que era una obra de arte y sorprendía. Porque de corazón sentíamos con Horacio que teníamos que darle lo mejor a la gente y había una expresión que nos acompañaba, que era “sociabilizar el espacio”. Ahora que no tengo ninguno de esos dos espacios, primero considero que es esencial que haya galerías, son muy necesarias, hay que cuidarlas.
Disfruté enormemente de Dabbah Torrejón, de colgar las obras, de quedarme a solas. Mis momentos favoritos siempre son a solas con las obras, tengo una relación física con el espacio y la luz que me va marcando mucho las necesidades. Disfrutaba muchísimo del armado de una muestra o un stand, para mi era el mejor momento. Lo mismo me pasa con la moda, trabajo mucho con el equipo de arte, siempre estoy editando imagenes, texturas, colores. Es poner el pensamiento y la sensibilidad en otro lugar. Es algo que no sé de dónde viene.






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