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Guillermo Faivovich tenía una cita en Paraguay y había decidido ir por tierra, tenía el tiempo para hacerlo y tomarse un avión habría sido ir contra esa máxima de los que saben viajar: La meta es el camino. Salió entonces Faivovich con su mochila, rumbo al norte, y vaya uno a saber porqué se detuvo en el Chaco, en uno de esos pueblos polvorientos rodeados de plantaciones de algodón y monte seco, sin mas atractivo turístico que la charla de los parroquianos. En esas andaba Faivovich cuando tropezó con la piedra. Lo de tropezar es figurado; en realidad tropezó con el relato de una lluvia de meteoritos que cayó hace cuatro mil años en el límite la frontera entre Chaco y Santiago del Estero. La zona del impacto, una lengua de cien kilómetros por tres de ancho, quedó sembrada de fragmentos de estrellas que todavía hoy cualquier caminante puede encontrar con un poco de atención y otro poco de suerte. Las tribus chaquenses -que basaron su mitología en esta lluvia de fuego- llamaron a la zona Pigüen Nonraltá, toponimio que aún sigue vigente en su traducción castellana: Campo del Cielo.
Faivovich siguió su viaje pero no pudo sacarse la idea de la cabeza y un año más tarde –a principios de 2006- volvió a internarse en el Chaco, esta vez acompañado de su amigo Nicolás Goldberg. Así comienza la investigación que llamaron Una guía a Campo del Cielo, en la que vienen trabajando desde entonces y que será presentada en la próxima Documenta (13) de Kassel, Alemania.
LA INVESTIGACION
La investigación como género artístico es un modelo todavía novedoso en el que estos dos muchachos -estas dos ratas de biblioteca- han encontrado su horma. Calzados con los zapatos del científico, los artistas comenzaron a rastrear la historia del fenómeno que ya aparecía en los diarios del Archivo General de Indias y en los documentos de la Primera Junta de Mayo. La leyenda del Mesón de Fierro, una gran plancha de metal escondida en el medio de la selva, que los indios veneraban y que los invasores creyeron una mina de plata, motivó las primeras expediciones (1576, 1774, 1779, 1803) a esa tierras, dominio de fieras salvajes. Vale decir que el concepto de fieras también incluía a los aborígenes quienes, según las crónicas de la época, se alimentaban de carne humana.
Durante la segunda mitad del siglo XX, y con la certeza de que se trataba de cuerpos celestes, la Nasa financió a una serie de cuatro expediciones en las que se desenterraron más de una veintena de grandes pepas de acero y níquel. La más grande, de 37 toneladas, fue bautizada El Chaco y es el segundo aerolito más pesado de los que se conocen.
Todos estos antecedentes oficiales y muchos otros que podríamos considerar domésticos, fueron recopilados por Faivovich y Goldberg en sucesivos viajes a Campo del Cielo, y distintas ciudades de Argentina, Estados Unidos y Europa donde se encuentran meteoritos chaqueños, famosos en el mercado negro por su tamaño y la facilidad con que se consiguen. Parte de este trabajo se vio reflejado el año pasado en la presentación que realizaron en la galería Portikus, de Frankfurt –dirigida por Daniel Birnbaun, director de la última Bienal de Venecia- donde reunieron las dos partes de El Taco, un espécimen de casi dos toneladas que en 1965 había sido cortado al medio para fines de estudio y cuyas mitades habían permanecido separadas hasta ahora, una de ellas a la intemperie en el ingreso del Planetario de Buenos Aires y la otra en una bóveda del Smithsonian Institute, de Washington. Fueron los artistas quienes localizaron la media naranja que no figuraba en los registros nacionales, de la misma manera que identificaron a otros tantos que se creían perdidos y que hoy forman parte de una base de datos que, vergonzosamente, no existía. Asimismo, incluso con este aporte irrefutable al conocimiento puro y duro, el valor de este trabajo radica en la poesía de sus acciones. La reunificación del Taco vino acompañado de un libro homónimo que cuenta esta pequeña historia de corte científico con sabor a épica. El diseño editorial, con su tapa entelada y sus tipografías marcadas en gofrado, anuncia antes de ojearlo el estilo docto que recubre esta experiencia y que en su reivindicación revela una mirada emotiva sobre aquellos libros raros que veíamos en la biblioteca de los abuelos. El tratamiento de las fotografías, las del libro y las que registraron el encuentro de las dos piezas, también apelan a este clima de temperatura y humedad medidas. En lo formal vemos escenas frías, propias del quehacer de la ciencia, pero la luz está templada a un grado que las fotos digitales de Goldberg consiguen emparentarse con las fotos de archivo, analógicas, granuladas, desteñidas por el tiempo. Esta serenidad entusiasta tiene su correlato en los textos donde cada tanto, a veces entre líneas, se encuentran elucubraciones sobre la futura producción del mismo libro que estamos leyendo. El gesto dan cuentas de que si el objetivo de esta empresa es como dicen ellos “investigar sobre el impacto cultural de los meteoritos de Campo del Cielo, a través del estudio, la reconstrucción y reinterpretación de su historia visual y escrita”, debe quedar claro que el fin no serán las conclusiones, sino la investigación en sí misma. La meta es el camino: El rumbo metodológico definiéndose sobre la marcha.
EL METODO
A diferencia del científico que busca algo previamente definido, F&G parecen buscar sin intención, siempre un paso mas atrás de la experiencia, dejando que las cosas sean. La figura podría ser la del rabdomante, esos buscadores que se sirven de la sensibilidad y de una rama en V para seguir las radiaciones ambientales y encontrar, a veces agua, a veces oro, a veces nada. Desde esa perspectiva, la labor del artista ya no es la de producir, sino la de poner en funcionamiento una máquina: cargar la data, apretar el botón y quedarse atento a la fabricación del producto que se irá determinando durante el proceso. Así surgió, en 2007, la primera estampilla en 3D del país –y la segunda del mundo- que lleva impresa la imagen de El Chaco. Nuevamente la nostalgia de la filatelia, una afición en vías de extinción. Nuevamente un llamado de atención sobre la problemática del patrimonio, podría decirse que esta fue la primera vez que el Estado reconoció oficialmente la trascendencia de los meteoritos chaqueños. Nuevamente la celebración de la tecnología y la presencia invisible de los artistas en una operación institucional que deja por fuera las marcas del ego.
Este antecedente, como las gestiones para unir las dos mitades de El Taco que llevaron tres años e incluyeron a tres países, hacía pensar que ya nada los detendría. La última operación, la presentación de El Chaco en Kassel, no era menos ambiciosa en lo simbólico pero mucho más sencilla en sus trámites. Si bien no hay detalles de la obra, debido al pacto de confidencialidad que exige Documenta, todo indica que se trataría de un readymade cósmico –definición de Birnbaun-: el gran meteorito como obra de arte, emplazado frente al Fridericianum Museum, durante los cien días que dure la muestra. La mole, que la siesta en el mismo lugar donde cayó, es poco mas alta que una persona alta y tan gruesa que harían falta cinco hombres para rodearla en un abrazo. Su piel ferrosa muestra las marcas del abandono: nombres escritos con liquid paper, algún bocado arrancado a golpe de cincel, rayones de virulana de la guardaparques que cada tanto lo libra de los tatuajes que le dejan los peregrinos. Sin embargo, todas estas historias se desvanecen ante la respiración eterna del visitante extraterrestre, más viejo que la tierra donde estamos parados. Pensar su trayecto a través del espacio-tiempo es escalofriante y es imposible no eyectarse en un viaje personal a través del propio cielo.
EL OBJETO
La operación comenzó por medio de Cancillería y sobre un pedido del gobierno de Alemania. El nudo de cuestión pasaba por el gobierno del Chaco, específicamente por la Legislatura que debía autorizar por ley la salida de la pieza, patrimonio cultural de la provincia. El expediente ingresó a la casa de gobierno en abril de 2011, pero recién fue tratado el 29 de diciembre en una sesión extraordinaria que se convirtió en un partido de fútbol entre peronistas y radicales. La facción oficialista que apoyaba el proyecto consiguió finalmente sacar la ley en una votación empatada que se resolvió con el voto doble del presidente de la Cámara. El voto positivo parecía haber allanado el camino pero el debate siguió en la calle donde una fuerte campaña vecinal se opuso al traslado. El meteorito ya había sido robado en los años noventa y recuperado cuando un pirata especialista en piedras extraterrestres intentaba sacarlo de la provincia por un camino de tierra. Este episodio y la idea generalizada –y real- de que todo meteorito que sale no vuelve, configuró un miedo tan fuerte que no daba lugar a los argumentos. Sin medias tintas, artistas, investigadores sociales y periodistas no tenían empacho en presentar a Faivovich y Goldberg como ladrones encubiertos. Asimismo, la posición más fuerte fue la de los ambientalistas que se oponían a la descontextualización de la pieza, una postura que tiene soporte en el nuevo paradigma de la museografía: Entender la pieza desde su entorno. Pero que no tiene asidero cuando se quiere pensar en el terreno del arte. Es decir, las dos operaciones, el site specific y el recorte, tienen sus propios sentidos. Justamente, ahora en Buenos Aires, la Fundación Proa está mostrando piezas de alfarería precolombina liberadas de toda interpretación histórica, simplemente vistas como objetos de arte en medio del cubo blanco.
Una lluvia de cartas inundó las páginas de los diarios locales y el sitio oficial de Documenta que, el 21 de enero pasado, decidió retirar el pedido hasta tanto no haya consenso en la comunidad chaqueña. Lo curioso es que el argumento que tomaron los alemanes fue el reclamo de los pueblos originarios que consideraban al meteorito, una pieza sagrada y al traslado, un sacrilegio. Más allá de la corrección política que caracteriza a los germanos, en el medio se colaban las cláusulas de los convenios internacionales que protegen la cultura de las etnias minoritarias y exigen que se consulte a las comunidades en cualquier decisión que pueda afectar su herencia.
El gobernador Jorge Capitanich se puso al mando de las negociaciones y llamó al Consejo Moqoit –grupo que habitaba la zona cuando se produjo el impacto- para que se expida al respecto. La asamblea reunió a casi 50 representantes, quienes no consiguieron llegar a un acuerdo. O mejor dicho, sí, la mayoría estuvo en contra del traslado. Hasta ese momento no se habían registrado ceremonias ni ninguna otra actividad real o simbólica de los moqoit en torno al meteorito. La única referencia fue una película, La Nación Oculta, realizada por aborígenes chaqueños, en la que señalan a la lluvia de estrellas como un hecho fundante de su mitología. Y en esto no hay dudas, los moqoit, testigos del hecho, tejieron alrededor del objeto una red de sentidos que en su momento les permitió entender el mundo y que hoy, cuando la comunidad se encuentra devastada social y culturalmente, todavía resulta una reserva espiritual. Algo así como un tótem tallado por las leyes del cosmos, un objeto encontrado y significado, un readymade cósmico, ancestral y colectivo. Una obra que, además, marca un hito en la historia moderna de los moqoit. Y claro, una piedra en los zapatos de Faivovich y Goldberg que ya no podrán concretar su proyecto tal y como estaba planteado pero que seguramente sabrán hacer algo con este objeto cultural encontrado en la instancia final de su investigación. Son las reglas que ellos desarrollaron y que, aunque parezca el colmo del azar o del destino, podríamos decir que les permitieron llegar a “eso” que estaban buscando.
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