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Hace ya bastantes años, Marshall McLuhan teorizó sobre la “Aldea global” y sobre los peligros que podía tener para la vida de los hombres y mujeres esa globalización que se avecinaba en todos los ámbitos de la vida, y en lo perniciosa que podría ser esa realidad, que ya se vislumbraba en su época, de que “el medio es el mensaje”. McLuhan se refería a los mass media de su época, y si teorizara sobre ello ahora comprobaría, tal vez horrorizado, que sus “profecías” se han cumplido y que, sin duda alguna, la realidad ha superado con creces la ficción. Esos peligros sobre los que él alertaba son ya el “pan nuestro de cada día”. Se refería a las transformaciones que los "media" electrónicos iban a introducir en la cultura, en el arte, en la enseñanza y en las costumbres y modos de vida de los años noventa ¿y si viera lo que hay hoy?
Una de las características de esa globalización eran –y son- la globalización de las comunicaciones, la ciber-comunicación, las redes sociales que en ese momento eran impensables y hoy son una realidad, un sistema que nos tiene a todos permanentemente comunicados y que crea en todos la ilusión de que estamos al día de todo y de que podemos mantener una relación de amistad y cariño, incluso con nuestra familia, tanto si están en la calle de al lado, como si se encuentran en las antípodas. Pero esto no es más que una ilusión cibernética. Todos sabemos que hoy estamos más incomunicados que nunca. Antes, incluso antes de la generalización del teléfono, sentíamos la necesidad y el placer de vernos unos a otros, de tenernos cerca, de tocarnos. Las comunicaciones por carta no sólo eran un medio de tener noticias unos de otros, implicaba también el placer de escribir la carta, de tocar el papel y alimentaba el cariño con el deseo de la espera de la epístola. El placer de tocar lo que el otro había tocado, de sentarse y leer una y otra vez lo que allí se nos contaba. Sé que esto suena muy romántico, pre-moderno, pero sabemos que es así.
Desgraciadamente hoy todo eso ha desaparecido. Por vía e-mail tenernos la comunicación rápida y por la cam podemos hablar a la vez que ver a esa persona con la que mantenemos una relación y lo peor de todo es que nos sentimos más comunicados cuanto más moderno es nuestro ordenador o nuestro teléfono móvil (parece que ya no eres nadie si no vas por la calle con un iPad), haciéndose una realidad aquello sobre lo que alertaba McLuhan, de que la influencia de los mensajes se debía más a la misma naturaleza del medio que a su propio contenido.
Como digo, la carta ha desaparecido, pero también acabarán desapareciendo los medios de comunicación impresa. Ya no necesitamos bajar al kiosco para leer las noticias, como tampoco necesitamos, en muchos casos, ir a la tienda para comprar un libro. El acceso mediante internet nos ha sustraído el placer de comprar el libro, de aspirar el olor del papel y la goma cuando lo abrimos por primera vez, e incluso el gusto de prestar o pedir prestada una novela que nos ha gustado especialmente. Se borran los placeres y se borra una cantidad de información personal tremenda. Ya no existe ese interés de leer un libro que ha sido subrayado o anotado por alguien y descubrir las razones por las que aquella persona se interesó por tal o cual pasaje. Hoy podemos mandar un enlace por internet para recomendar a alguien un libro o un capítulo especial, incluso con sus destacados y sus notas. La comunicación es más rápida, no cabe duda, pero no podemos experimentar sensaciones que antes nos eran placenteras. Con el libro electrónico su difusión es más rápida, de eso no hay duda y de que es más barato tampoco, pero habría que sopesar muy bien lo que ganamos y lo que perdemos, aunque yo esté escribiendo este artículo en mi ordenador y ahora lo envíe vía correo electrónico, desde mi estudio en Sevilla (España) a la redacción de la revista en Buenos Aires (Argentina) y usted lo esté leyendo en su tablet.
Con la extensión de los nuevos medios hemos perdido, como digo, el placer de escribir o de recibir una carta, pero poco a poco también perderemos el placer de la lectura, de coger un libro entre las manos, como también perderemos la sensación de entrar en una biblioteca o en un archivo, de bucear en sus fondos hasta encontrar aquello que nos interesa (y de paso muchas otras cosas que no buscábamos). McLuhan decía que se estaba desarrollando una cultura planetaria y que desaparecerán los libros en favor de los medios audiovisuales. Hoy podemos acceder a los fondos, casi, de cualquier biblioteca del mundo y bajarnos lo que nos interese, sin conocer el rostro ni la voz de quien está detrás de la máquina, incluso puede que no haya nadie. Estamos, sí, más comunicados, pero más solos.
Luis Camnitzer# inició en 2008 un interesante proyecto titulado The last book, una plataforma abierta a colaboraciones de todo el mundo, donde se reflexiona precisamente sobre la realidad, o no, del “último libro”; en papel se refiere, por supuesto.
Es una recopilación de reflexiones escritas y visuales que se configura como una especie de “cápsula del tiempo” en la que cada participante ha dejado sus pensamientos y deseos. Bajo la idea general de que esa generación de los libros en papel está terminando (cosa que yo no creo, por muchos avances tecnológicos que vengan a “mejorar” nuestras vidas), muchas personas de todo el mundo hemos contribuido en este trabajo.
El proyecto (que cuenta con más de setecientas colaboraciones), gracias a su itinerancia, se ha podido ver en 2008 en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, donde inició su andadura; en 2010 en la Zentralbibliothek Zürich, de Zürich, en 2011 en la New York Public Library, Aguilar Branch, New York y en 2012 tiene prevista su última estación en Staats- und Universitätsbibliothek Hamburg Carl von Ossietzky.
(1) Luis Camnitzer (Alemania, 1937) se crió en Montevideo, y ha vivido y trabajado en Nueva York desde 1964. Ha trabajado a nivel internacional no sólo como artista sino como teórico, crítico y profesor. Su obra siempre ha tenido un fuerte compromiso socio-político.
Juan Ramón Barbancho (Hinojosa del Duque, Córdoba, España, 1964). Licenciado en Geografía e Historia en la Universidad de Sevilla.
Ha realizado numerosos comisariados, desde las exposiciones de Goya y Velázquez (Francia, 2002) hasta muchas en España y varios festivales internacionales de video en Tel Aviv, Italia y Latinoamérica.
Ha publicado una cantidad de artículos y ediciones como, entre muchas, "Reflexiones sobre la escultura contemporánea en Andalucía" y "De cuerpo presente: Narrativas del cuerpo en Andalucía".
Se interesa, tanto para el comisariado como para la investigación, por el arte social y políticamente comprometido. Y por ello, por la ciudad y su relación con los ciudadanos, el cuerpo y sus lecturas y proyectos de arte colectivo, así como sobre la visibilidad de las mujeres y los homosexuales en el arte actual.
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