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Ser o morir, esa es la cuestión.
Hay dos temas que sobresalen en la obra del artista español Daniel Canogar presentada en el Espacio Fundación Telefónica. La muerte, como concepto fundacional y el conflicto entre ser y parecer como método para enfrentar al espectador ante la idea de expiración o fallecimiento.
La operación se percibe en la primera instalación y se profundiza en el resto de las piezas que retratan la misma escena. Si consideramos a estos dos temas cronológicamente -por su concepción como tendencia artística- existe una gran distancia entre ellos, más aun si se sitúan como problemáticas que atañen activamente a la producción artística. Como inquietud, presentar la finitud hoy nos resulta anacrónico, aunque también demuestra una vigencia inexorable al llegar activa a nuestros días. En cambio, presentar o representar es parte de las preocupaciones que conciernen a los artistas de esta época, por ende está en jaque constante. La muerte que es ventajera se cuela y le gana la partida. O al menos sobresale.
La muerte.
Es quizá el tema fundamental del arte y la filosofía. La idea del fin nos atraviesa desde que somos, desde que tomamos conciencia de que estamos vivos, como un perpetuo signo de la pequeña existencia a la que estamos condenados. Entender la muerte, ponerla en palabras e imágenes, significarla, de algún modo nos hace comprender la vida. Tomar perspectiva. Siendo el tema más utilizado en el arte desde épocas inmemorables resulta trillado, pero en el mejor de los sentidos, ya que es innegable su valor de trascendencia para la humanidad. Pues claro, todos morimos. Y todo lo padece, hasta lo que no tiene vida. Si nada es eterno, entonces ¿cómo trascender? La pregunta sobre qué hay después de la vida angustia al ser humano desde el origen de los tiempos. Memento mori. Y en la obra de arte se sublima lo inminente, lo que escapa a nuestro control. Esto es, brevísimamente, lo que nos enseñan los libros sobre cómo la muerte influyó al arte y a nuestras vidas.
Las obras de la muestra “Latidos” se articulan como piezas individuales pero entrelazadas entre sí discurriendo sobre una gran idea: la obsolescencia tecnológica como metáfora de la muerte. Materiales ya en desuso -como el celuloide 35mm o las cintas de video VHS- y otros que son pura basura tecnológica -como DVDs rayados, pantallas internas de TV y hasta manojos de cables enredados- son la base nostálgica sobre la que se apoya luego el aparato tecnológico que falsamente las reanimará, y es falso porque lo cierto es que no hay retorno de la evolución tecnológica y mucho menos de la muerte.
En la actualidad las prácticas artísticas no buscan perdurar en el tiempo como solían hacerlo en la antigüedad. Cada vez más se producen instalaciones efímeras, obras múltiples, desarmables y de degradación rápida. Cada vez más los artistas trabajan con menos recelo sobre su hacer -con técnica despreocupada ante la erosión y el tiempo- y entregan al sistema de producción manufacturada eso que antes se cargaba de sentido al sostener la impronta del artista. Todo es de todos, la cultura está globalizada, el ser también. Todo importa nada en este mundo. Del polvo venimos y al polvo vamos. Y finalmente, no somos nada. ¿Asimilamos esto? ¿Será que ya no le tememos a la muerte? ¿O es otra manera de enfrentarla, darle la espalda desde una postura de anarquía interior?
En este punto, retomo la obra de Canogar y la releo casi como de vieja escuela, un Vanitas contemporáneo de mirada sombría escondida tras la potencia lumínica de un proyector. Plantea la obsolescencia sin darle una respuesta -eso es para los científicos-, él la evidencia sin más, para que la figura metafórica recuerde lo pequeño de la existencia. Están ahí los restos de un período de la civilización funcionando como soporte poético, y a su vez como una tela en blanco o una pantalla. Entonces el video actúa sobre ellos, iluminándolos, aparentando una pulsión que los devuelve a su operar habitual, aunque son solo apariencias. Tal como lo son el maquillaje y los adornos de las pompas fúnebres de los cadáveres encontrados en excavaciones, siglos después de su momento de esplendor.
Ser o parecer.
Uno de los dilemas artísticos de esta época es si ser la cosa o parecerla. Lo auténtico -digo auténtico como si eso existiese de modo unívoco- versus la representación. Limitarse a representar el objeto o directamente usarlo, parece ser una de los cuestiones en el hacer cotidiano del artista de hoy. Canogar utiliza la carga simbólica de los materiales como base conceptual de sus obras para discurrir sobre la velocidad de la demanda tecnológica, su crecimiento desmesurado y a la vez la trágica obsolescencia, igualmente veloz.
A su vez se sirve de la tecnología activa para propiciar la metáfora. El video es el medio del que se vale para fingir la reactivación de los flujos de energía de los soportes que han perecido. Desarrolló una quimera fantástica, una máquina ilusoria donde reanima objetos muertos, pero la verdad sigue estando a la vista ya que no están operando para lo que fueron creados. La muerte se cuela de nuevo entre colores estridentes y loops de video.
Canogar no representa a la cinta de material fílmico o a los cables, los presenta. Pero lo que si representa es su función o su operar. Una especie de trompe l'oeil en movimiento vía RGB, juegos visuales aleatorios que simulan un funcionamiento extraño -porque no es de una manera creíble sino de una mucho más espectacularizada-, hace evidente la ficción para que de esta manera cada cosa esté en su lugar. Los desechos tecnológicos en el museo puede ser una visión sci-fi de un futuro cercano. La muestra de Canogar que hoy está un museo de arte y tecnología, también podría estar en el museo arqueológico del mañana.
“Latidos” de Daniel Canogar hasta el 23 de junio de 2012 en el Espacio Fundación Telefónica
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