Inspirado en la obra de Nicanor Aráoz para "Reseteo, Dharma" en el Cultural San Martin
por Alejandro López
 
En Cultural San Martin, obra de Nicanor Aráoz para “Reseteo, Dharma”    
 

"Algunas cosas ocurren y está bueno que ocurran ciertas cosas."
Amaranto Pedrosso, orador Do templo Central da Pomba Gira, Rio Grande do Sul


Soy drogadicta, casi transexual, católica carismática umbandista no practicante, dealer (Coca Sola) y aunque mi médico personal del Sanatorio Güemes dice que soy  bipolar,  me niego a medicarme.  Mamá era igual y nunca tomó ninguna medicación. Ella peor que encima era radical, pobre. Un día te quería y al otro estabas regalada o vendida en el extranjero. Como a mí, que soy la más chica de nueve hermanos y me regaló por mil dólares en agosto del ‘92. Ocho añitos tenía. Estuve 6 años prácticamente secuestrada en los Estados Unidos de Norteamérica. Pensar que podría haber aprendido el inglés perfectamente y solo hablé todo ese tiempo con el tío Charly que, aunque viviera en Massachussets, era tan chaqueño como mamá y como yo. Un desastre.

Evidentemente lo que estoy vendiendo tiene que estar muy mal cortado, muy adulterado porque yo nunca soy de saltar tan así, tan de un tema al otro. O por ahí fue el cuartito de pepa que me clavé a la mañana para descansar un poco el rostro. Así estoy.
Bajo del taxi, entro, paso las luces de la entrada, en el hall me encuentro con un patovica rubio pero pelado que se relame mirándome las piernas y le pregunto toda antipática, ¿el asesor XXXXX? Y él, haciéndose el interesante también, me señala con su brazo enorme la escalera que termina en una bandejita de canapés muy mal armados, pero de un color hermoso. Alcancé a meterme apenas uno en la boca, siete de aceituna en la cartera y ya lo tenía al Asesor agarrándome del brazo y arrastrándome desesperado al baño de mujeres, que como él es Asesor lo dejan entrar a cualquier baño.
Le entrego cinco papeles, me paga con billetes bien nuevos y mientras me pregunto si no serán los de Ciccone o más falsos todavía, me apuro a controlarlos uno por uno con mi anillo importado de luz negra, pero el muy político ya se encierra solo en el baño y se pone a trabajar.

En eso me distraigo en el espejo porque me parece ver la imagen reflejada de mí misma aunque con otra actitud en el peinado y me encuentro con flor de transexual acompañada de otras tres colegas más, que me miran como si fuera travesti de otra fiesta. Y me preguntan: ¿vos quién sos?
-¿Yo? YOKO.
¿YOKO LASH? me gritan las cuatro a coro y se quedan como extasiadas, semi estupefactas. -La mismísima, en persona, y asiento exageradamente con la cabeza, medio que me cuelgo un segundo pero vuelvo, y como prácticamente por olfato esta nariz puede identificar una pija a cinco metros en cualquier dark room, les digo, chicas, están las cuatro operadas. Claro, me gritan a coro, y se suben las minis para que pueda apreciarlas. Orgullosas. Están divinas, les digo. ¿Cuánto les salieron esas conchas? Pero no me contestan y me encierran en el baño contiguo al del Asesor y me ruegan las cuatro de rodillas, que todavía no les habían pagado la performance pero que en un ratito.... todas con las pestañas eternas de largas como rogando. Me sentía Gloria Trevi. Me sentía la John Lennon resucitada y  me prometieron y juraron por la militancia, por la virgen y la Pomba que en unos minutos me presentaban a un par de organizadores de eventos que si los tomaba de clientes me salvaba para todo el campeonato.

Acepté. Nunca me pude negar con las colegas trans y menos con las tan católicas que me quieren presentar clientes,  así que repartí cinco líneas para cuatro conchas. Iguales, perfectas como  vaginitas largas, diminutas, hermosas y me clavé una yo también, de paso, y ellas me dicen todas juntas en  iluminación cristiánico-carismática, - ¡Quedate con la tarjeta, que es la del cirujano!, y me guiñan el ojo derecho todas juntas-, se ve que estuvieron ensayando y ya me arrastran con ellas hacía un lugar que francamente era una pocilga, parecía la casa de mi tío Charly. Todo tirado aquí, por allá, la gente medio que no sabiendo qué hacer, por donde pisaras mugre, vasitos de plástico, y es que estábamos en el medio de una instalación. Una instalación de arte extemporáneo en hall del centro cultural San Martín. Todo medio tirado, desordenado y al fondo una mesa donde improvisaban las caipiriñas y las chicas que ahora ya se ponían a bailar al ritmo de lo más osado del Brasil cumbiero. Y por supuesto me prendí. ¡Qué linda fiesta! Me sentía en casa, como en la escuela de mi tía China donde pasábamos Navidad y donde luego se armaba el bailongo, igual, igual. Ella que es tan, pero tan de los tonos brasileños, y como además es la portera de la escuela …festejar siempre fue ahí. ¡Qué fiestas!
Gozaba como loca entre mis recuerdos cuando me presentaron al artista: chiquito, peludo, lindo, con una camarita en la mano; y mientras me hacía unas tomas de piernas,  me explicó que había querido evocar el recuerdo de un bar en el medio de un mercado de pulgas atendido por colegas en Río de Janeiro. ¡Ah!, por eso todos los carteles en brasilero, pensaba yo para mí, y aunque él se fue rápido porque estaba en mil cosas, las chicas me contaron que cuando se termina la jornada de trabajo, en Río, corren los mueblen, improvisan dos mesitas y el mercado se transforma en un barulo. No terminaban de decir barulo que un narigón pelado, medio cliente habitual mío, ya me estaba llevando de los pelos a los baños químicos, pagando en dólares y explicando que los baños eran decoración nada más y no se podían usar. Pero ya era muy tarde porque yo gozaba de un largo y glorioso meo eterno de parada al tiempo que  volvía la tarjeta del cirujano a la cartera no sea cosa de perderla con todo lo que tenía yo en la cabeza siendo apenas las 20 horas.
Decidí que era tiempo de irme, de salir de una vez por todas del recuerdo de este artista latinoamericano que me había tomado la mente por asalto cuando, de repente, vi una frazada igual, igual a una que tenía el tío Charly para envolver la jaula  de los hamsters en los Estados Unidos. Quedé unos segundos hipnotizada ante los tubos fluorescentes ubicados en el medio del mercado-bar-trans-instalación y ví “la luz”, y lo sentí desde lo más profundo de mi ser chaqueño, debajo de esas cuatro luces negras de tubo. Yo tendría que operarme y hacerme la artista, concha la madre, pensé para mí mientras salía ya del San Martín por calle Sarmiento al tiempo que se me acercaba un alto lindo, cara de indio, a pedirme fuego; y yo confundida que no sabía si era diputado, artista con plata o qué, así que junto las tetas y se acciona mi encendedor de medio pecho incorporado y él me mira con pupilas bien dilatadas mientras se lleva el cigarro encendido de entre mis senos.
Le explico que me lo traje de Ibiza, último modelo. Que me lo regaló el cuñado del príncipe Felipe, que estuve viviendo unos meses en España pero me volví por la crisis y él me sale con que él también, pero en Mallorca. Y  me susurra al oído, aunque medio patinando y con olor a tabaco: te da para unos tragos, Colorada, al tiempo que me cuenta que es galerista, se queja que desde la calle la instalación no se ve del todo, que la tendrían que haber hecho en la sala de al lado y ya íbamos caminando los dos para el bareto de la esquina a tomarnos unos whiskys, cada uno con su canapé de aceitunas en la mano como si nos conociéramos de toda la vida o de toda la fiesta. Aleluya.

 





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Alejandro López. Nací en Goya, Corrientes en el siglo pasado. Coordino talleres literarios desde 2006 y soy agente del Centro de Investigaciones Artísticas (CIA). Publiqué La asesina de Lady Di, Keres cojer=guan tu fak?, la obra de teatro Cuentos Putos que se estrenó en el Rojas en 2008 y escribí algunos guiones de películas y capítulos de series de TV. Expuse mis trabajos visuales en 22 T (galería efímera), CIA, los baños de Il Ballo del Mattone, el Centro Cultural Recoleta , Cobra y Escarlata. Filmé Los bichos bolita, Erektiönnen y los videos que acompañan mi segunda novela. Tengo una página web en construcción: lopezalejandro.com.ar

 
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