Artistas que accionan en el marco de la problemática medioambiental
por Agustín Marangoni
 
 
   
 

En el mundo hay buenas ideas, algunas se transforman en fantásticos productos para el mercado (pueden ser pantuflas que brillan en la oscuridad o un espejo que nunca se empaña), otras revolucionan el universo científico o se deslizan en discursos, completos de cifras y conceptos políticos diseñados para sacudir a la opinión pública. En los últimos años el tema del medioambiente se convirtió en un hit. Ya casi no hay posibilidad de jugar un papel progresista sin hacer alusión, aunque sea de pasada, al cuidado de la tierra, el agua y la salud de los bosques. El highlight es el supuesto Cambio climático. Algo parece haber cambiado. No se sabe bien qué: algo. Supuestamente las temperaturas ya no son las mismas, los cultivos rinden menos, los casquetes polares se están convirtiendo en té. La ciencia no brinda certezas, se han disparado encendidas discusiones sobre este tema, incluso hubo gente que se lanzó al mar para abrazar a una ballena, pero todo sigue flotando en una neblina confusa.
Sin embrago, están quienes avanzan con los puños llenos de verdades para dibujar un apocalipsis. Dicen que es el fin de una era, que soplan vientos verdes. Están ahí, ofreciendo discursos a razón de cien mil euros la hora y media. Construyen una opinión pública palabra encima de palabra, con el empuje de los medios de comunicación. También hacen cine y ganan un Oscar. Tapas de revista. Palito, bombón, helado. Eso sí: los auspician corporaciones multinacionales, muchas comprometidas con la producción de hidrocarburos. Parece que el cambio es no cambiar nada.
Ejemplo 1: Al Gore. Vicepresidente de Bill Clinton. Se lo acusa de manipular el discurso ecologista a favor de la inversión en las denominadas Empresas verdes. También de falsear datos. Cuenta con el apoyo de empresas como Louis Vuitton, Wal-Mart y Lehman Brothers.
Ejemplo 2: Greenpeace. Organización de origen inglés, responde a los intereses del G8. En Latinoamérica desarrolla una campaña potente contra el desarrollo nuclear y de cualquier proyecto de producción de energías alternativas. Se la acusa de ser puro marketing y de no concretar ninguna política efectiva.
Ejemplo 3: Kofi Annan. Ex jefe de la ONU. Actual titular de la Global Humanitarian Forum, una organización preocupada por el supuesto cambio climático, paradójicamente auspiciada por la Mercuria Energy Group, multinacional dedicada al negocio del crudo, el refinado de gas natural y las emisiones de carbono.
He aquí los tres pilares que dirigen los hilos del discurso ecologista hegemónico. Bajan líneas que se expanden en cientos de ongs. Es una bola de nieve: el discurso medioambiental tiene la virtud de caer simpático, se incorpora como agua (agua pura, claro) y se multiplica. Cada vez más y más. Pero es notable que ninguno hace foco en problemas sociales de base, por ejemplo la redistribución de la riqueza o la desigualdad en el aprovechamiento de los recursos naturales. Lanzan cifras a velocidad de ametralladora, pero ninguno se preocupa por los que no comen. La ecología parece ser -al menos para ellos- un paraíso de milanesas de soja (no transgénica) y pocos automóviles. El que queda afuera, bueno... que alguien se apiade de su alma. Si es que lo pobres tienen alma, vaya uno a saber.
La pregunta en pleno siglo XXI, dado este imperio político en clara expansión, es qué lugar ocupa el arte, qué lectura hace frente a este -confuso- escenario. Felizmente, hay artistas que prefieren ir en busca de sus propias conclusiones, o, mejor dicho, que hacen foco en problemáticas medioambientales -que existen, son tangibles- desde una óptica regional, específica, por fuera de las ambiciones universalistas del discurso hegemónico.
Un caso es el del artista alemán Markus Kayser, su obra Solar Sinter (2011) convierte arena en un escultura sinterizada, aprovechando la energía solar. Se trata de un dispositivo capaz de calentar la arena a punto de fusión y convertirla en cristal. La obra está equipada con una lente de Fresnel (1,4 x 1,0 metros) que levanta una temperatura de 1600 grados centígrados, una computadora y un sinterizador 3d. Todo funciona con paneles solares, en el medio del desierto del Sahara.
Kayser pone en jaque los modos de producción contemporáneos. Reinterpreta espacios abandonados, reconfigura la nada misma. Su intención no es sólo hacer esculturas, sino ampliar el concepto para ofrecer respuestas a la crisis habitacional y a la utilización de energías renovables no contaminantes.
Otro ejemplo es el del mejicano Gilberto Esparza, su obra Plantas Nómadas (2010), es un robot de forma arácnida que camina suelto por un territorio castigado por la polución industrial. Cuando se cruza con un pequeño lago contaminado pone en marcha una bomba de succión y carga agua en su propia reserva donde realiza un proceso simbiótico de purificación. Al agua limpia la utiliza para regar una planta que lleva a cuestas. Y los agentes contaminantes que extrae los convierte en su propio combustible para seguir avanzando. En el caso de que produzca un exceso de energía, por las noches lo utiliza para emitir música.
Esta obra también lanza agudas observaciones políticas; sostiene, directamente, que la producción y la rentabilidad no son la única opción del desarrollo energético. Y lo dice desde el conocimiento del daño puntual que está causando el aumento, a cualquier costo, del crecimiento industrial.
Un tercer caso es la obra Ciudad Nazca, del artista peruano Rodrigo Derteano, una acción interdisciplinaria que reúne nociones de arquitectura, urbanismo, mecánica, robótica, historia latinoamericana y arte del paisaje (land art).
El proyecto consiste en un robot -un cuatriciclo modificado- que, guiado por un gps y utilizando un arado, dibuja surcos en la zona desértica inmediata a Lima. Los surcos conforman un plano que funciona como una continuación imaginaria de la ciudad. El plano fue diseñado en colaboración con los estudios de arquitectura Supersudaca y 51-1. Ellos propusieron un cruce de trazados de las principales ciudades latinoamericanas. El resultado es una nueva ciudad, que incorpora un collage amplio de ideas, y que se representa en tamaño real sobre el desierto: el plano sólo puede verse desde un avión, igual que sucede en Nazca con sus líneas ancestrales.
Ciudad Nazca reflexiona sobre el crecimiento de las ciudades en consonancia con el impacto demográfico y reinterpreta los espacios que hace poco tiempo parecían no tener valor alguno. El desierto fue visto históricamente como un no-lugar y no como parte del medio ambiente. No era considerado parte de la ciudad por las clases dominantes hasta que se convirtió en la mayor parte. La especulación inmobiliaria llegó a un extremo inédito, no hay conciencia de los límites y hasta dónde se pueden explotar los recursos que tiene una ciudad.
También se puede citar a Dennis Dollens, especialista en arquitectura biomimética. Sus obras -Arizona Tower, entre otras- dialogan con la naturaleza y con el contexto sociopolítico; debaten sobre los límites del consumo y su impacto en el medioambiente. La biomimética toma de la naturaleza su capacidad de ahorro energético y de eficiencia en términos de resistencia para hacerle frente a la necesidad de un cambio en los modos de producción. Dollens estudió métodos de la botánica y las ciencias naturales para motorizar proyectos generativos, tanto en experiencias directas como con simulaciones informáticas (L-Systems y Xfrog). Su propuesta no tiene nada que ver con un diseño que copie el aspecto de un árbol o del ala de un pájaro, sino que expresa el advenimiento de nuevos sistemas que funcionen como la naturaleza, con el objetivo de que la arquitectura tome nuevas direcciones.
Dollens asegura que si no se cambian los materiales de construcción no hace falta cambiar el diseño. La mayoría de los materiales para obra se fabrican a gran escala, en industrias que usan petróleo y recursos naturales, en general, de una manera ineficiente. Si no se redimensionan los materiales y su uso, y no se buscan materiales más eficaces -no sólo vistosos sino también inteligentes- no hay cambio alguno.
Estos cuatro ejemplos -entre cientos que existen a lo largo del mundo- exponen un definición de arte que avanza a partir de formular preguntas y ofrecer herramientas interpretativas. No hay soluciones universales ni publicidad encubierta hacia negocios rentables. Mientras la escena corporativa se enloquece por adjudicarse el nuevo gran bloque semántico-político de la salud medioambiental, una parte el arte contemporáneo aprovecha el impulso para encender una alerta, pero sin la necesidad de dibujar un apocalipsis.

 
 


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Agustín Marangoni, (1982), nació y vive en Mar del Plata, Argentina. Es investigador en arte contemporáneo, periodista y escritor.


   
 
     
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Sobre la obra de Paul McCarthy en el Malba
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Sobre Aire de Lyon en la Fundación Proa
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Desde la ausencia
Reflexiones sobre la partida de Sibyl Cohen
por M.S.Dansey
     
Vernissage
Inspirado en "Reseteo, Dharma"
por Alejandro López
     
Bye Bye American Pie (and hello again)
Reflexiones sobre la muestra del Malba
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Algunas consideraciones sueltas
Sobre la enseñanza del arte
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El arte, una trompada al discurso ecologista
Arte contemporáneo y acción medioambiental
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